martes, 6 de julio de 2010

Capítulo 3: Madres.

Parece mentira que quiera a mi madre con todo lo que le estoy haciendo pasar. Esto es aplicable a toda mi familia pero en especial a ella; le resulta mucho más difícil la situación, algo que comprendo perfectamente.
Sólo las madres viven con esas cadenas que las atan a sus hijos con tanta fuerza, y ellas son las que más miedo tienen de que cierto día se rompan o se oxiden. Los demás podemos tan solo hacernos una idea.
Debe de ser muy duro par auna madre ver como su hija se muere poco a poco y de forma casi voluntaria y obsesiva. Debe de ser duro ver como la ropa de tu hija es cada vez más estrecha.
Tu hija. Esa que vestía pantalones de la talla 38 y que ahora los prueba de la 32, talla que ni siquiera pensabas que existía, y asientan con facilidad.

Yo no quería preocupar a mi madre, siempre trabajando, ni sabía cómo iba a reaccionar ante tal problema inesperado. Por eso, cuando me decidí y se lo conté ya había pasado más de un año desde la primera vez que me provoqué el vómito.
Las madres tienen un sexto sentido, a veces creo que hasta un séptimo. Ella ya había notado algo pero no quería sacar conclusiones mientras me veía bajar en picado en los estudios, convertirme en una bipolar insoportable y dejar paulatinamente de comer.
Mis palabras no fueron una noticia, sino una confirmación de los hechos.
Me pasé días buscando el momento y las palabras adecuadas y al final no fueron adecuadas, sólo improvisadas y directas.
-Mamá, como ya te habrás dado cuenta, tengo problemas con la comida. - le dije cuando vino a preguntarme qué quería para cenar y me encontró llorando frente a la ventana del balcón.
Su reacción fue lógica y esperada, aunque no me gritó ni se puso histérica, lo que yo pensaba que iba a ocurrir.
Al siguiente día ya habíamos ido a nuestro médico de cabecera, que nos dio cita para un psicólogo.
No obstante, la situación ha cambiado mucho. Mi madre ya ha pasado por más de cuatro etapas distintas durante todo este tiempo.
Primero vino la incertidumbre, la extrañeza de la situación. Un mes después se fue acostumbrando e intentaba constantemente convencerme de que debía comer. Más tarde llegó la desesperación: ya no sabía qué hacer, no era capaz a sacarme todo eso que tenía en la cabeza y que no conocía bien ni yo. Esta última etapa no sé ni como definirla. A veces dice que nunca más va a intentar convencerme, que total no sirve de nada, y parece que está tirando la toalla. Otras veces me habla de lo guapa que estoy ese día y de lo más guapa que estaré cuando salga de este túnel. Muchas veces la saco de quicio con mis llantos y mis impertinencias. Mis malditos cambios de humor que no puedo controlar. Ella me saca de quicio a mí con sus sermones y sus frases que me conozco punto por punto, coma por coma. En cambio, si algún día no me dice esas frases ya conocidas, me siento desabrigada en medio de una helada.
Tengamos el día que tengamos, nos conocemos muy bien mutuamente y tengo la certeza de que ninguna de las dos se va a rendir jamás.

1 comentario:

  1. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    TE SIGO TU BLOG




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE
    ANDREA

    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DEL FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

    José
    Ramón...

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